Cuando hablamos de burnout, solemos pensar en agotamiento extremo, cinismo y una profunda desconexión del trabajo. Lo que muchas veces olvidamos es que no se trata solo de “estar cansados”. Es una erosión progresiva del bienestar que afecta cuerpo, mente y emociones. Y aunque las vacaciones no son una solución en sí mismas, pueden ser el punto de partida de un proceso de recuperación más profundo.
¿Pueden unos días de descanso revertir meses —o años— de desgaste? No.
Pero sí pueden marcar una diferencia si se utilizan conscientemente. Aquí exploramos cómo convertir las vacaciones en una oportunidad real para empezar a superar el burnout.
1. Entender qué necesitas realmente
No todas las personas viven el burnout de la misma manera. Hay quien llega al verano con fatiga física; otras, con una sensación de vacío o desconexión emocional; y otras, con una mente que no se apaga ni siquiera cuando duerme.
Por eso, antes de planificar el descanso, conviene preguntarse: ¿De qué necesito realmente descansar?
- ¿Del ruido mental constante?
- ¿De la hiperexigencia?
- ¿De la falta de tiempo para mí?
- ¿De una sensación de inutilidad o pérdida de sentido?
Hacer este ejercicio de honestidad ayuda a que las vacaciones no se conviertan solo en un paréntesis, sino en un espacio de reparación.
2. Parar de verdad: descanso físico, mental y emocional
El descanso real no siempre coincide con lo que socialmente se entiende por “vacaciones”. Ir de un sitio a otro, llenar cada día de actividades, o seguir respondiendo mensajes del trabajo no permite al sistema nervioso recuperar el equilibrio.
Descansar de verdad implica:
- Dormir lo suficiente (y sin despertadores si es posible).
- Reducir la sobreestimulación (ruido, pantallas, notificaciones).
- No tener horarios rígidos ni agendas marcadas.
- Dejar de producir y permitir simplemente estar.
Aunque pueda parecer “aburrido” o poco productivo, este tipo de descanso profundo es indispensable cuando hay burnout.
3. Poner el foco en lo que sí nutre
Una parte importante del proceso de recuperación consiste en volver a conectar con lo que nos hace bien. Las vacaciones pueden ser un buen laboratorio para redescubrir qué actividades, entornos o personas nos recargan.
- Algunas preguntas que pueden ayudar:
- ¿Qué cosas me hacen sentir en paz, en calma o en conexión?
- ¿Cuándo fue la última vez que hice algo solo porque me daba placer?
- ¿Qué conversaciones, lugares o momentos me hacen sonreír sin esfuerzo?
Recuperar el contacto con lo placentero no es un lujo. Es una forma de recordarle al cuerpo y a la mente que hay vida más allá del agotamiento.
4. Poner límites digitales (y laborales)
Una de las causas frecuentes del burnout es la falta de desconexión real. Si durante las vacaciones seguimos disponibles por WhatsApp, revisando el correo o pensando en lo que queda pendiente para septiembre, el descanso se diluye.
Algunas recomendaciones básicas:
- Informar al equipo de que estarás realmente desconectado/a (y cumplirlo).
- Desactivar notificaciones laborales del móvil.
- Alejarte, aunque sea unos días, de pantallas y redes sociales.
- No revisar el email “por si acaso”.
Desconectar no es un privilegio, es una necesidad fisiológica y mental. Y en muchos casos, también un acto de autocuidado radical.
5. Observar las señales del cuerpo
Cuando paramos, el cuerpo empieza a hablar. Dolores que no escuchamos durante el año, insomnio que aparece sin previo aviso, o incluso una tristeza profunda que emerge en mitad del descanso. Todo eso puede ser parte del proceso.
No se trata de alarmarse, sino de escuchar con atención:
- ¿Dónde noto tensión?
- ¿Cómo respiro?
- ¿Qué emociones aparecen cuando no estoy ocupada/o?
El cuerpo suele saber antes que la mente lo que está pasando. Las vacaciones pueden ofrecer ese silencio necesario para escucharlo.
6. Recuperar el sentido de agencia
El burnout puede hacer que perdamos el control sobre lo que vivimos: todo parece venir de fuera, como una avalancha que no podemos frenar. Aprovechar las vacaciones para recuperar pequeñas decisiones —qué comer, a qué hora dormir, qué actividad hacer— puede ayudar a reconectar con una sensación de autonomía.
Algunas acciones concretas:
- Elegir al menos un plan al día que nazca del deseo, no de la obligación.
- Darse permiso para cambiar de idea.
- Marcar ritmos propios, sin depender de lo que “toca” hacer.
Sentir que volvemos a tener el timón, aunque sea en lo cotidiano, es una de las bases para empezar a salir del burnout.
7. Plantearse qué no quieres volver a repetir
Las vacaciones también pueden ser un buen momento para parar y pensar: ¿Qué no quiero repetir en septiembre?
No hace falta tener todas las respuestas, pero sí empezar a identificar qué elementos del entorno o de tus hábitos están contribuyendo a tu malestar.
Puedes reflexionar sobre:
- ¿Qué comportamientos o dinámicas me drenan?
- ¿Qué patrones de exigencia o autoexigencia quiero revisar?
- ¿Qué límites necesito empezar a poner (o reforzar)?
No se trata de hacer grandes promesas para septiembre, sino de sembrar conciencia. El simple hecho de nombrarlo ya es un primer paso hacia el cambio.
8. Pedir ayuda si lo necesitas
El burnout no se supera solo. Aunque las vacaciones pueden ser un punto de partida, a veces el nivel de agotamiento requiere acompañamiento profesional.
Si durante el descanso notas que:
- No logras desconectar ni disfrutando de lo que te gustaba antes.
- Sigues sintiéndote vacío/a, irritable o apático/a.
- Tienes pensamientos intrusivos o ansiedad constante.
… entonces tal vez sea momento de buscar ayuda especializada.
Terapia, coaching, espacios de acompañamiento o programas específicos pueden ofrecer herramientas concretas para acompañar este proceso.
En resumen: las vacaciones como umbral, no como parche
Las vacaciones no solucionan el burnout. Pero bien aprovechadas, pueden convertirse en un umbral o punto de inflexión: un espacio de pausa que nos permita mirar hacia dentro, escuchar lo que necesitamos y empezar a construir una forma distinta de vivir (y trabajar).
No es cuestión de volver “con las pilas cargadas”, sino de volver con más conciencia de lo que nos recarga y lo que nos drena. De decidir que, poco a poco, merecemos una forma de estar en el mundo que no nos consuma.
Porque el burnout no se supera en 15 días… pero puede empezar a superarse en el momento en que decidimos que el cuidado no es negociable.